martes, 4 de mayo de 2010

EL OLOR DE LAS ADELFAS

Ciento veinte, velocidad de crucero.

Helga y Beatriz juguetean por detrás. Una breve mirada al espejo retrovisor las delata ensimismadas con sus Barbies Tentación y Aeróbic.

Rosa se adormece, relajada ya del trajín de los prolegómenos. Es “demasiao”, me había dicho, prepara ropas para los cuatro, lavados y plancha de última hora, cómete la cabeza no te vayas a dejar nada, y las niñas... Que si Bea esto, que si Helga lo otro... Guerra a tope, como si no tuviese bastante. Vamos, que podías habértelas bajado al parque. Una manita ¿no?, que menos que una manita... Porque, vamos a ver: ¿Dónde estaba el caballero?... Pues en el bar, el señor jugaba al mus con los amigotes. ¡Ancha es Castilla! Qué estrés chico, ¡qué asco!

Pero mi Rosa es un hacha, ¡cuánto vale la “jodía”! Todo preparado y dispuesto en tiempo récord y en apenas dos maletas, las hamacas, la sombrilla, el capazo para la playa, cacharritos para las nenas, ese saltito de cama que tanto me pone, el tanguita y... ¿Mis walkman?.

Con el rabillo del ojo la detecto relajada y sonriente, ajena ya al ajetreo; se le nota distendida y, por qué no, feliz. Cabecea rítmicamente al compás de “Aserejé”, cuya melodía suena por cuarta vez en los últimos quince kilómetros, pero su mente debe andar unos cuantos cientos mas adelante, a la orilla de la mar, sobre la arena, sin más preocupación que tenderse vuelta y vuelta abandonada en los brazos del Lorenzo..., en su tierra prometida por los próximos quince días.

Cielo, ¿pusiste el radiocasete portátil?

Vaya pregunta más tonta, pues claro que lo puso. Mi nena está en todo y sabe que yo no me puedo dormir sin “el García”.

Tengamos la fiesta en paz, ¿es qué no puedes olvidarte del fútbol ni aún en las vacaciones?...

Pues no, que no lo puso... Cuando lleguemos me compro otro y digital, ¡ya que nos ponemos!, pero sin discutir con ella ¿eh?, que no estoy yo para discutir por tonterías y menos estando de vacaciones. Total ya sé como acabará la cosa..., ¿qué quiero marcha?, pues hala, ¡me lo monto con García!

A mi izquierda las adelfas. Adelfas de a ciento veinte, velocidad de crucero, cruzándose vertiginosas, mostrando precipitadas sus amorfos perfiles en coloristas jirones de tardías primaveras, blancos y rojos.

Capadas adelfas de ventanillas cerradas y aire acondicionado, agazapadas en la mediana, configurando el muro delimitador y fronterizo que se yergue entre los que van y los que vamos.

¡Helga me está dando patadas!

Cielos..., treinta y cinco. Sólo treinta y cinco kilómetros de tranquilidad y aún quedan setecientos veinte para el Benidorm ése.

Niñas, por Dios, ¡que está durmiendo vuestra madre!

Es que Bea tiró del pelo a mi Barbie y le ha hecho mucho daño. Mucho, mucho...

Mentira, es ella. ¡Además me ha pegado un moco!

¡Niñas, vale ya!, no molestéis a vuestro padre que tiene que conducir.

Orden y sosiego, paz..., quizá durante otros treinta y cinco.

Eunucas e inodoras rosas, adelfas sin pituitaria de cantos inadvertidos a la pauta intermitente de la maniobra veloz. Adelfas de a ciento cuarenta, como si nada.

Me dijo la Puri que los negros la tienen muy larga.

¿Cómo?

Pues eso, que tiene una amiga que vive arrejuntada con uno y dice que hasta da miedo y todo con semejante cacharro..., y encima tan negro.

¿Y a qué viene eso ahora?...

Es que no hablas nada chico, vaya muermo...

¿Cómo quieres que hable si tengo que ir pendiente del tráfico?

Hablar y conducir... Dos cosas a la vez, ¡vaya complejidad! Nada, nada, tú a lo tuyo que estamos de vacaciones... Aserejé – je – de qué...

Y van quince. Temo que hasta aprenderé la letra. Alarma: Helga y Bea ni resuellan. El vistazo al retrovisor me saca de dudas. Míralas, si parecen angelitos así, tan quietecitas con los ojillos cerrados... ¡ay, si aguantaran así unas horitas!

Urgentes adelfas ahora, las del a ciento sesenta en línea recta, que se perciben rosadas, confundidas unas con otras.

Tensas y breves adelfas de corazón en un puño, las sucesivas al ruido. Adelfas de reventón.

Desbocados los caballos. De lado a lado, por sorpresa y sin control. Los ojos desorbitados de Rosa que se agarra con todas sus uñas a mi antebrazo. Volante a derecha e izquierda, que vi hacerlo a Carlos Sainz con aparente talante. Chillan las niñas desde el espejo retrovisor.

Musicales y con badajo las adelfas de campana, las que pasan bajo el vuelo incontrolado. Confundidas, misteriosas adelfas de la incertidumbre.

La primera vuelta interminable. Sin control de la situación. Un vistazo al retrovisor para comprobar que las niñas, aún asustadas, siguen ahí gracias a Dios. Vista al frente, nuevo intento de dominio y el horror de los que van, que ya no van, si no que vienen.

Pálida adelfa del miedo.

Vuelta segunda. Helga no aparece en los límites del retrovisor. Rosa sangra por la frente. Bea llora agarradita a su cinturón.

Sorda adelfa la de la impotencia, vil e inmisericorde.

Vuelta tercera. Atravieso el parabrisas aturdido y deshecho. Consciente aún para comprobar el impacto terrible, brutal contra el asfalto. Y la explosión cegadora e hiriente. No veo a Rosa, Bea dejó de llorar...

Irreversible, definitiva, tremenda, contundente adelfa del impacto final.

De repente las encarnadas adelfas monocromáticas te envuelven con su aroma áspero y dulzón, para descubrirte bajo el rotativo anaranjado y ruidoso, que transita por la senda de las adelfas del a ciento ochenta o más, aunque de esto ya no puedes darte cuenta.

Adelfas ralentizadas en el recuerdo, vagas ahora, que transcurren sordas y a cámara lenta por los repasos postreros.

Adelfas con brazos las que te sujetan con fuerza. Adelfas de bata verde, que cortan el cordón umbilical que te une al desconcierto de un paraje oscuro e incierto, del que no obstante, brotan los ecos del Aserejé entonado por Rosa y el inconsolable sollozo de Bea.

Adelfas de carmín y jeringuilla. Adelfas de bata blanca y de cambio postural. Adelfas de recuperación rehabilitada, eternas adelfas del coma con aromas reposados. Adelfas que perduran en el recuerdo malparado, con ese olor áspero y..., ¿Helga?

¡Helga!

Sí, papá.

Vamos a casa hija, refresca un poco ya.

Y Helga, que salió despedida y milagrosamente intacta de aquel día maldito, acomoda mis pies reposados y deposita un beso en mi frente.

Sí papá, hace ya un poco de frío, vámonos.

Y tras de mí empuja la silla que me contiene, sin medianas que atravesar y con la vida por delante.

...adelfas del dolor, ésas sí, con todo su aroma.

© Miguel Veiga /20032002

1 comentario:

Mª Jesús Lamora dijo...

Te felicito, sinceramente, por el texto que acabo de leer.

Un saludo.